Ya hoy es viernes, y regreso a mi casa después de una semana de trabajo, con deseos, deseos de estar con ella, ella, mi inspiración. La verdad es que Yo no sé nada de poemas, ni cuentos, lo mio es la ingeniería, los números y las matemáticas, pero ella, ella es mi inspiración.
Y de solo pensarla me río en silencio, y quien me iba a decir, que ella se iba a tornar en mi verso y letra.
Viernes en la tarde, compro girasoles,
tarde de lluvia, me estaciono frente a la casa,
subo las escaleras, la busco por doquiera,
miro por la ventana y veo su silueta,
la veo sentada en el banquillo, frente al parque, bajo la lluvia.
Me dá con tocar el piano para que se percate que llegué, que la espero, que la llamo, pero no, quiero que ella siga en su intimidad con la lluvia y el silencio.
Prefiero que ella esté en el lugar donde quiere estar.
A veces le gusta estar acompañada de la soledad, del silencio, de la brisa y su mensaje.
De la bruma, de la lluvia, del agua y de todo aquello que le inspire.
Le encanta el parque del frente, cuando compramos la casa, se enamoró más del parque que del nido. Se enamoró del banquillo y del árbol que le acaricia con su sombra.
Es toda una inspiración.
Volví y miré por la ventana, y allí mis ojos la encontraban.
En medio de una lluvia amable, que la arropaba.
Le inspira tanto dejarse mojar por la lluvia del cielo, también le llueven las lluvias que emanan de sus entrañas, quizás sea parte de su catarsis, siempre está cargada de palabras por nacer.
Vive enamorada más de sus libros que de mi,
algo tienen esas hojas que la atrapan, la enamoran,
le dan alas para volar...para vivir.
En su corazón sólo habita ése lugar en donde intenta darle vida a un tumulto de emociones.
Y que mejor que el parque, el banquillo que está cobijado bajo el árbol frondoso que ella abraza...
Se embelesa en sus ramas, esas que parecen brazos acalorados, suspendidos entre la tierra y el cielo, dispuestos a otorgarle un nuevo aliento.
Sus ojos, ojos color cielo, color hierba verde, sólo confían en esos brazos, en sus ramas, y en sus hojas, hojas que ya le son pañuelos, que absorben cada lágrima brotada de su cántaro.
A veces me dan ganas de quebrantar el silencio y gritarle desde la ventana...
¨Cielo, aquí te espero¨.
En medio de la lluvia, ella entra a la casa mojada por el aguacero...
Yo le miro, le guiño, y le sonrío,
con toallas colgadas por mi pecho.
Me le acerco y le quito su chaleco, mientras nuestras miradas se encuentran,
pues un mirarse es suficiente para decirlo todo...en silencio.
Nos miramos, nuestras miradas lo dicen todo en secreto.
La cargo en mis brazos,
mojada y friolenta
para llevarla aquel lugar
que nos promete un encuentro.
M.