Eso pasa, cuando nuestro corazón ama, busca y rebusca, en alguna ventana, que nos dió la ilusión de vivir, de sentir y seguir. Asalta el corazón, y lo va matando sin medida, cuando la luz se va apagando, atenuándose cada día... cada mañana. El cardio late y dice adentro, se vá, se apaga, dice adiós, hasta llegar a la nada.
No hay ventanas iguales, ni tan siquiera se asemejan a aquella ilusión que aún retumba, -la tumba- hasta quedarse hoy en nada, en huesos partidos que se abrazan.
Ya ni los pies quieren caminar hacia allí, hacia la tumba. Su determinación firme de no seguir...alumbrando la ilusión, la idea de seguir y de vivir.
Le gustaba aquella ventana de dos agujas, de agujeritos que eran como nidos que calentaban palomas, siempre que la veía, eran como dos ojos ciegos, miraban hacia la nada, le llamaba Ojos de Nada, ojos blancos, idos, transparentes, viajeros... blancos, aunque en esencia negros.
Usaba gafas oscuras, ojos que nunca veía, solo salia de allí una luz tenue, hasta el día - como dije- que se quedó en la nada.
Desde aquí yo los veía, y los besaba. El ojo izquierdo, cuando lo besaba, sus pestañas volaban como mariposas, de miles colores, eran un plasma de vida, de colores mutilantes que morían y vivían en cuestión de segundos, todo un mundo mágico, y cuando besaba su ojo derecho, lo hacia con mucho cuidado, cerrando la boca, porque de allí siempre brotaba un río frío, de donde fluía hambre, sangre, llanuras y valles secos, pero lo besaba, los besaba, en particular a éste valle solo que -aún- me alimenta tanto. Para mí es rico en esencia, aunque oscuro negro charol.
Son ojos que mis ojos no vieron pero que mi alma miró y amó.
Ojos de nada, ojos de nadie, ojos de desierto, arenosos, secos, vacíos, que solo se alimentaban de una ventana, ojos que rellenaba con hojas de papel que luego volaban al olvido.
Ya no le está alumbrando aquella ilusión que le dieron unos ojos - hoy mudos - ilusión de una vez, solo una vez, de poder ver y volar.
Ilusión con cortinas de ojos cerrados, secos de lágrimas, cárceles de cristal, de atardeceres menguantes, sin luna fija.
Ojos de nube blanca, ojos de nada que viajan su camino, empujados por cualquier viento, hacia cualquier... destino.
Ojos de nada, ojos vacíos, sin muebles, todo un mar de espacio, puertas abiertas, que me dejan entrar, mirar, contemplar su alma, tocar sus paredes frías, acariciar sus huecos secos... ojos de nada, dispuestos a recibir mi aliento y aún mis lágrimas de mañanas marchitas, ojos de nada, que me han abrazado la vida, abrigándola y cuidándola con su todo vacio vestido de nada.
M.
Líneas inspiradas en el poema de Toro Salvaje,
"Nada de nada".